Sanar a tu niño interior como un acto espiritual
- Mike Aryan
- hace 16 horas
- 4 Min. de lectura
Hay momentos en la vida en que nos preguntamos, con el corazón apretado:
"¿En qué momento dejé de ser quien era?"
No me refiero a la versión adulta, funcional y adaptada que muchos muestran al mundo. Me refiero a esa parte que reía a carcajadas por cualquier tontería, que lloraba con inocencia sin avergonzarse, que soñaba sin medir consecuencias y confiaba plenamente en el amor.
Ese pequeño —o esa pequeña— sigue ahí. No se ha ido. No ha desaparecido. Simplemente, aprendió a esconderse.
Y en este momento, que estás leyendo estas palabras, puede ser que su voz te esté llamando, suave pero firme, pidiéndote regresar a casa.
¿Qué significa sanar al niño interior?
Sanar al niño interior no es una moda ni una consigna de autoayuda ligera. Es un acto profundamente espiritual. Es reconocer que dentro de nosotros existe una memoria viva, sensible y poderosa, que guarda tanto la luz de nuestras primeras alegrías como la sombra de nuestras primeras heridas.
No es un regreso ingenuo a la infancia: es una peregrinación consciente hacia nuestras raíces emocionales, un viaje donde dejamos de culparnos por habernos roto y comenzamos a sostenernos con la ternura que siempre hemos merecido.
Sanar al niño interior es aprender a ser para nosotros mismos aquello que, en su momento, no pudieron ser los demás.

Las heridas que no vemos, pero sentimos
No todas las heridas o huellas de la infancia son evidentes. Algunas se disfrazan de autoexigencia, de miedo a confiar, de vergüenza al mostrarnos vulnerables. Otras se ocultan tras la necesidad constante de validación, el terror al abandono o la dificultad para poner límites sanos.
Como bien expresó Lise Bourbeau, autora de Las cinco heridas que impiden ser uno mismo,"nuestras heridas más profundas provienen de no habernos sentido amados o aceptados tal como somos".
Este enfoque nos invita a reconocer que no se trata de culpar a quienes nos criaron, sino de comprender cómo esas memorias emocionales siguen influyendo en nuestras elecciones, relaciones y en la forma en que nos tratamos a nosotros mismos.
Son pequeñas grietas que, con el paso del tiempo, terminan levantando muros invisibles entre nosotros y los demás… y a veces, tristemente, entre nosotros con nosotros mismos dentro.
Por eso, el trabajo no se trata solo de "entender" lo que nos pasó. Se trata de sentir, abrazar y transformar esas memorias, no para recordar desde el dolor, sino para resignificarlo. En vez de exigirle que sea fuerte, susurrarle:"Estoy aquí contigo. Ya no tienes que cargarlo solo."
Un recordatorio que viene desde la infancia
En México, cada 30 de abril celebramos el Día del Niño y de la Niña, una fecha que no solo reconoce la alegría de ser pequeños, sino también la importancia de proteger sus derechos fundamentales: el derecho a ser amados, a ser escuchados, a vivir libres de violencia, a ser cuidados en su integridad y dignidad.
Hoy, quiero invitarte a ver esta celebración también desde un lugar simbólico. Como si fuera un llamado a honrar a tu propio niño interior:"¿Estoy respetando los derechos de mi niño interno?"
¿Le permito expresarse?
¿Le doy un hogar seguro dentro de mí?
¿Lo miro con amor o con exigencia?
¿Reconozco sus emociones como válidas y dignas de ser escuchadas?

Un camino de regreso a ti mismo
Sanar no es volvernos perfectos. Sanar es volvernos más reales.
Y por supuesto, es también volver a jugar.
Regresar a casa es, de fondo, recuperar la inocencia perdida, la capacidad de asombro, la ligereza de vivir. Es darnos permiso para hacer cosas aparentemente “insignificantes”, pero que en realidad son profundamente reparadoras, por ejemplo: pintar sin juzgar el resultado, dibujar garabatos, jugar con tus hijos o nietos, correr en el parque, comprar un helado de tu sabor favorito, armar un rompecabezas, bailar sin música.
Cada pequeño gesto de conexión con la alegría original es un acto de sanación, un acto de amor. Es un rezo silencioso que dice:"Sigo siendo digno de maravillarme."
No estamos solos en este camino
A veces, sanar implica buscar ayuda: un acompañamiento terapéutico, una mano amiga, un espacio donde podamos llorar y reír sin máscaras. Si bien el camino es interno, no está diseñado para transitarlo en soledad.
Permitirnos recibir ayuda nos hace humanos y profundamente valientes.

Sanar a tu niño interior es, en el fondo, volver a casa. No a una casa con paredes físicas, sino a un espacio íntimo y eterno donde eres amado simplemente por ser.
Y aunque duela —porque sí, te va a doler a veces— hay una promesa implícita: será inmensamente liberador.
Hoy, te invito: Regresa a casa.
Tu niño interior te espera.
Aún tiene magia por regalarte.
¿Te animas a escucharlo?
Te leo en los comentarios, y si sientes que quieres acompañamiento en este viaje, agenda tu sesión conmigo aquí.
Texto de autoría propia. Todos los derechos reservados ® Mike Aryan
Comments