Lo que entendí sobre mis rupturas.
- Mike Aryan
- hace 5 días
- 5 Min. de lectura
Una carta desde el presente a mis versiones pasadas.
Durante años, pensé que el amor era una carrera hacia la fusión. Que lo correcto era encontrar pronto a alguien con quien compartirlo todo, como si vivir en pareja fuera la meta y no un escenario más del viaje. Hoy entiendo que no fue casual que, en varias ocasiones, iniciara una relación de pareja al poco tiempo de terminar otra. Lo que había ahí no era tanto urgencia de amar, sino un deseo profundo (muy inconsciente) de sentirme completo, elegido, acompañado y protegido.

El espejo roto de mis primeros amores.
Recuerdo relaciones que me marcaron: algunas dulces, otras difíciles, pero solo una de ellas devastadora. No tenía referentes claros de lo que era una buena relación, mucho menos de lo que era una relación con uno mismo. Mis padres, aunque valientes y humanos, no pudieron modelarme una forma sana de convivencia amorosa. Y eso me llevó a idealizar la pareja como sinónimo de valía. Como si sin eso, yo no fuera suficiente.
Era yo, el que siempre quería compartir, el que soñaba con vivir en pareja: pasear, viajar, hacerle de comer, una vida juntos en un misma casa. Pero con el tiempo, descubrí que esa urgencia no era romántica, era sistémica: una búsqueda de hogar, de familia, de pertenencia… quizás una forma de reparar el vínculo roto de mis papás. Pero también me encontré enredado en patrones donde antes de lo mío, siempre estaba el otro.
El arquetipo del cuidador: amar para ser necesario.
He sido cuidador, lo reconozco. Lo he sido siempre.
Me acostumbré a ganarme un lugar desde la utilidad, a ofrecer sin haberme preguntado si yo también deseaba quedarme. Eso me hacía sentir importante, ciertamente, pero también me invisibilizaba. Y como no me veía a mí mismo, aceptaba relaciones donde el otro tampoco me veía. Reconozco que me costaba mucho recibir.

Una de esas relaciones fue particularmente oscura. Conocí partes de mí que no sabía que existían, pues yo me asumía muy seguro de mí y muy centrado. La sombra eran los celos, la duda, el miedo a perder, la humillación. Lo que más me dolió no fueron las muchas infidelidades, sino verme a mí mismo pidiendo perdón por una sospecha legítima, negando la voz de mi intuición. Me quedé demasiado tiempo, incluso después de saber que ya no había dignidad.
Y sin embargo, logré salir de ahí.
La ruptura que me rompió… y me rearmó.
Después de esa relación, viví tres años en soltería. Pero no fue vacío, fue renacimiento. Bajé mucho de peso, cambié mis hábitos, nutrí mi alma. Me volví mi primer consultante. Fue cuando estudié Constelaciones, viajé mucho con amigos y mamá, me acerqué más a mi familia, a mis amistades, disfruté la niñez de mi hermano y la vejez luminosa de mi abuelita. Me reconecté con la vida.

Sé que para algunos, la soltería puede ser desoladora y confusa. No hay una sola forma válida de transitarla, hay muchas. Pero es gracias a esas herramientas que me ayudaron a legitimarme, es que comprendí que las rupturas no se superan: se habitan, se escuchan, se integran. Empecé a sanar distinto. Ya no desde el deseo de “estar bien para amar”, sino de “estar bien conmigo, para que el amor sea una opción, no una necesidad”.
Más adelante, en mis "treintayalgos", viví una relación hermosa que no prosperó por diferencias de visión. Vivíamos juntos, nos queríamos, pero no íbamos en la misma dirección. Gracias a mi terapeuta, comprendí que los duelos también pueden hacerse en vida, que el amor no se acaba con la ruptura, y que terminar no siempre es fracasar.
El amor como elección, no como anestesia.
Conocí después a quien hoy es mi pareja. Y por primera vez, sentí que no tenía que correr, que no tenía que llenar nada. Al principio con freno de mano, pues pensaba que debía “esperar más” tras mi ruptura anterior. Pero mi terapeuta me lo dijo claro: el duelo emocional no siempre coincide con el cronológico. Y yo ya había comenzado a irme mucho antes del final formal. Así que me permití entrar en esta nueva historia con los ojos abiertos y el corazón muy sereno.
Y lo más importante: aprendí a habitarme. A reconocerme como una persona elegible, un ser digno de un buen amor. Entendí que no era necesario fundirme con alguien para construir algo juntos. Y de manera honesta, que no había necesidad de ser perfecto, ni de salvar a nadie, ni de ser salvado.
Hoy entiendo que el amor verdadero incluye presencia, acuerdo, libertad y compromiso. Que los vínculos no nos completan: nos revelan. Y que el verdadero amor no es el que impide las rupturas, sino el que se transforma con ellas.

A mi yo del pasado, hoy le diría...
“No estás roto. No es el fin del mundo. Tus emociones son válidas. Hay tanto por aprender. No necesitas correr. No necesitas probar nada. Solo acompáñate, ámate, sostente. Lo estás haciendo bien. Y vas a volver a amar, pero esta vez, sin perderte en el intento.”
¿Estás atravesando una ruptura o un cierre importante?
Todo este recorrido, con sus quiebres y renacimientos, fue la semilla que dio origen a mi modelo de Los Cuatro Componentes del Amor, una visión en desarrollo a través del simbolismo profundo de los Arcanos del Tarot. Si deseas profundizar, te comparto con cariño el video de la conferencia que ofrecí sobre este tema en el marco del 13º Congreso de Tarot de Barcelona.
Este desarrollo de Los Cuatro Componentes del Amor son mapas arquetípicos para explorar conflictos relacionales, nunca diagnósticos. Si eres tarotista y te interesa este tema, utilízalos como puertas para abrir nuevas preguntas, no para definir respuestas absolutas.
Cada historia es única, y a veces lo que más necesitamos es alguien que nos escuche sin juicio, que nos acompañe a mirar lo que duele… y lo que aún puede florecer. Ésta fue mi verdad... ¿resuena con la tuya?
Si estas palabras te hicieron sentir menos solo en tu dolor, o si quieres explorar tus propias constelaciones emocionales a través del Tarot, estaré feliz de acompañarte en una sesión. Escríbeme aquí www.mikearyan.com/sesiones.
Texto de autoría propia. Todos los derechos reservados ® Mike Aryan
Comments