Como cada 2 de noviembre, México se llena de colores, aromas y simbolismo con el Día de Muertos. Las calles y los hogares se visten de papel picado, veladoras y flores de cempasúchil, en un despliegue que convierte el recuerdo en una celebración. Esta festividad, tan profundamente arraigada, nos ofrece una oportunidad única de resignificar la muerte y de entrar en contacto con quienes se han adelantado en el camino.
En un país que culturalmente se ríe de la muerte, habitamos la ironía de carecer de una educación que nos enseñe a afrontarla con resiliencia. Para algunos, esta fecha se siente lejana, quizá como una tradición “pasada de moda”. Para otros, es una invitación a recordar con amor a nuestros difuntos y a revivir sus memorias. Para otros más, es tanto el dolor que hablar de los muertos, quiebra el corazón y anestesia el sentir.
Considero genuinamente que este día se alza también como una nueva posibilidad de mirarnos a nosotros mismos ante el recuerdo de nuestros difuntos.
LA TRADICIÓN ES LA VOZ DE NUESTROS DIFUNTOS
Al colocar nuestras ofrendas, tejemos un lazo que conecta lo visible con lo invisible. Cada elemento que ponemos en el altar no solo guía a nuestros seres queridos en su viaje de regreso, sino que también se convierte en un potencial para quienes permanecemos aquí, como un símbolo que susurra directamente a nuestro corazón.
· La luz de las velas, que ilumina el camino para los difuntos, también nos invita a encontrar nuestra propia paz y a mantener viva la llama de nuestros propósitos.
· Las flores, con su color y fragancia, celebran la belleza de estar vivos y nos recuerdan que nuestra existencia también merece florecer y ser celebrada.
· Los platillos preferidos de nuestros difuntos, nos recuerdan el valor del amor compartido y de cómo alimentar nuestro corazón.
· El incienso, que purifica el espacio, nos permite renovar el lugar interno donde llevamos su recuerdo, liberando nuestra mente y emociones de energías que ya no necesitamos.
Así, la ofrenda es mucho más que una decoración ritualística. Podemos convertirla en un espacio de introspección y de profunda gratitud; recordando que la vida y la muerte están entrelazadas en una danza constante, y que, al honrar a quienes ya no están, es en esencia, una honra a nosotros mismos.
DEL EXTRAÑAR AL ENTRAÑAR
Este Día de Muertos, te propongo un cambio de enfoque: en lugar de extrañar, comienza a entrañar a tus difuntos (esto lo aprendí de Gaby Pérez Islas, tanatóloga).
Mientras que el extrañar implica una añoranza, el entrañar sugiere hacerlos parte de ti, integrando su recuerdo donde sus enseñanzas y amor vivan en cada decisión que tomes. Este sutil cambio es una forma de reenfocar tu atención, de redirigir el vacío que deja la pérdida hacia la fuerza que nos da el amor.
UN EJERCICIO DE PRESENCIA Y GRATITUD
Para aquellos que buscan conectar más profundamente en este Día de Muertos, propongo un pequeño ejercicio.
Busca un lugar tranquilo y lleva contigo la imagen o un objeto de esa persona especial que ya no está en este plano. Cierra los ojos y visualiza su presencia serena y feliz dentro de ti. Permite que su esencia te envuelva en una energía de bienestar y amor que se extienda por todo tu ser. Con esa paz, repite las palabras: “Te veo, te reconozco y te agradezco. Tu esencia vive en mí. Con gratitud, tomo tu amor y lo transformo en luz para mi vida.”
Este ritual es una forma de vivir el Día de Muertos desde una perspectiva de amor y honra, reconociendo que, aunque la muerte transforme las formas, el amor las trasciende. Es un recordatorio de que celebrar su presencia es también una celebración de nuestra propia vida, con sus aprendizajes y conexiones. Es poner la ofrenda dentro de tu corazón.
Deseo que este Día de Muertos sea un llamado a la vida y a la gratitud, una invitación a honrar tu propio camino, y a reconocer que en él habitan las enseñanzas y el amor de aquellos a quienes amas y has dedicado tu ofrenda.
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